4
*
¿
i
o
¿
SN
GEORGES SPITZMULLER
-No ceso de temblar—, dijo la joven—. No he
vuelto a ver al conde desde que no vieme a la corte.
Preferiría afrontar su
¿Qué tramará en la sombr:
cólera a esperar en este silencio el peligro que pre-
siento.
--No pienses más en ello, querida, y goza de tu
felicidad presente. :
—Señor, en este mundo no puede haber felicidad
completa, y lamento que la mía cueste un dolor...
— ¡El dolor del conde!... dijo el rey, sonriendo
Es despecho, sencillamente. Quiso jugar contra mí, y
perdió... Si fuese razonable, le concedería muchos pri-
vilegios; pero, si me ataca...
Con un movimiento un poco brusco, Francisco dejó
caer un vaso de Bohemia, que se rompió en irisados
fragmentos.
— ¡Le haré pedazos como a esto!... Vamos, adorada
mía, nada de malas caras, nada de ceños... Aquí tienes,
para adornar esa frente, un broche para el pelo, que
hará un efecto precioso,
El rey sacó de un estuche, forrado de raso, una joya
admirablemente cincelada, obra maestra de Verroc-
chio, y él mismo la prendió en la* cabellera de oro
de la favorita.
Y como ésta hiciera extremos de admiración ante
aquella maravillosa alhaja, Francisco agregó una sor-
tija, un collar y unos pendientes, hechos por el “mismo
artista, con el oro más puro.
Ante este presente, verdaderamente regio, Francisca
se sintió enternecida y orgullosa. Sus pupilas, tan lim-
pidas y tan hondas, brillaron de agradecimiento y de
amor,
El argentino timbre del admirable reloj de Jacque-
mart, que adornaba uno de los testeros de la cámara,
dió diez campanadas.
174