GEORGES SPETZMOUECER
EL HERMANO Y LA HERMAN
—¿Qué ha sucedido ?-—murmuró Margarita besando
cariñosamente a su hermano.
—Nada, hermanita. No te preocupes. Madame Luisa
ha venido a buscarme camorra, y hemos reñido. No
es nada...
—¿De veras?
—De veras... Pero dime a qué debo el placer de
tu visita, Margarita.
A los veintiocho años, Margarita de Valois era una
criatura admirablemente hermosa, en todo el apogeo,
en todo el esplendor de su belleza. Pero la hermosura
del rostro y del cuerpo no eran los únicos atractivos
de aquella princesa adorable y adorada de todos, y
que poseía una instrucción rara en aquella época, hasta
en las mujeres de su clase. Inteligente, artista, unía
a los dones del espíritu los del corazón, porque tenía
fama de ser tan buena como hermosa, tan tolerante
como sabia, y compasiva con el pobre y el desgrac tado.
Formaba un extraño contraste con su madre, ligera,
rencorosa, vanidosa y amiga de los placeres y del
lujo; y también con su hermano, quien, bajo sus seduc-
toras cualidades aparentes, ocultaba un egoísmo frío
y refinado,
Y, sin embargo, el rey adoraba a aquella criatura
ideal. Quizá fuese ella el único ser a quien amó con
un amor desinteresado, y noble.
Le cautivaba el atractivo vario y profundo de aquella
a quien llamaba cariñosamente «la Margarita de las
Margaritas».
Con respecto a su hermana querida y respetada,
Francisco 1 sólo tenía una pena: que su madre, ma-
dame Luisa la había casado con Carlos IV, duque de
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