PLACERES DE REY
—¡La Palice, me aburro!
—Señor, eso le sucede a todo el mundo...
reyes se libran de esta molestia... Pero, ¿en dond
está Bonnivet? Os hace falta, Señor; ¡salta a la vista!
—Se ha quedado en París, y no se reunirá con nos
otros hasta esta noche, en Melun.
Hubo una pausa.
—¡La Trémouille! ¿Por dónde anda Triboulet ?
—Debe de estar cortejando a alguna dama.
—¡Qué ingenio, amigo mío!... Pero, nada de
hace reír.
Y, en efecto, Francisco ] cabal
la Trémouille y el mariscal Chabannes
Iban a Fontainebleau.
Asaltado por uno de sus repentinos caprichos, el
se empeñó en abandonar las Tournelles para ir a
florecer las lilas en los jardines de su palacio de v
rano, en el que había dado comienzo, por entonc
las obras de embellecimiento.
Toda la corte le seguía.
¡La corte! ¿Puede uno darse cuenta de la multitud
de personas y de carruajes que representa esta palabra
tan sencilla, cuando aquélla se trasladaba de un pu
a otro?
Cada viaje importante suponía un cortejo de cinco
mil personas y de otros tantos caballos. La servidum-
bre excedía en número a los personajes ilustres y a
los de más modesta” condición que seguían al rey. De
modo, que para alojar a toda aquella gente, era preciso
proceder como con un ejército en campaña, y designar,
por el camino, diversas ciudades o pueblos a los que
debían pernoctar en ellos, cuidando de organizar la
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