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EL ENVIADO DEL REY
Durante la escena de la discusión entre el conde
Juan y el consejero Dassigny, dos destacamentos de
caballería llegaban a la vista del castillo de Foix,
uno por el camino de Perpiñán, el otro por el de
Tolosa. '
Se encontraron en el punto en que convergían los
dos caminos, en una altura que dominaba la ciudad.
Los dos jefes se destacaron del resto de la fuerza,
se saludaron y avanzaron el uno hacia el otro.
-—El caballero de Lansay—, dijo presentándose a sí
mismo el primero, el que venía por la parte de Tolosa.
El teniente Mérovic—, anunció el segundo, admi-
rable con su elevada estatura, su apostura marcial y
su rutilante uniforme.
—Servicio del señor conde de Cháteaubriant, señor
de Laval, de Argentré, de Cossé, de Jublanis, de
Ambriéres y de otros lugares.
— ¡Servicio del rey!
—Venimos de Laval.
—Y nosotros de Roma.
—¿Habréis ido a ver a nuestro Santo Padre, el Papa,
teniente ?
—Vos lo habéis dicho, caballero.
—¿En peregrinación ?
—En peregrinación precisamente, no.
—¿Qué lástima! Os hubiera pedido que me diérais
algunas indulgencias.
-—¡Lo siento mucho !—replicó Mérovic riendo como
su interlocutor—. Fuí allá sencillamente encargado de
una misión cerca de S. S. León X, relativa a la guerra
proyectada contra los turcos.
—Guerra que no tendrá lugar—dijo Lansay—,
porque el sultán Selim acaba de morir. Su sucesor
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