GEORGES: SPITZMÚULLER
—¡Si, podéis decirlo !-—exclamó Mérovic, que lleva-
ba un enorme parche en un ojo.
—En suma—, concluyó el almirante—, el resultado
me parece muy dudoso.
—Para mí, la situación no puede ser más clara—
opinó Ladrón de Corazones—. Hermann de Colonia
está, a la sazón, contra nosotros. De modo, que el rey
de España cuenta con cuatro votos, y el rey de Francia
con tres. Aquél será elegido emperador...
—Carlos de España—dijo Bonnivet—no tiene tan
seguro el triunfo. Sé, por Mathias Silber, que el rival
de nuestro señor está muy preocupado.
Abrióse la puerta y entró Borgoña, con un pliego
para su amo.
— ¡Voto al demonio !-—exclamó el almirante, después
de abrirlo—. ¡No faltaba más que esto!
—¿Qué pasa?—articuló la dulce voz de la princesa.
—-Tomad, señora, tened la bondad de leer... en voz
alta, os lo ruego.
Margarita de Alengon cogió la misiva, y leyó:
Señor: siento mucho tener que deciros que el conde
palatino, Luis, duque de Baviera, ha recibido esta noche
cincuenta mil escudos de oro por su voto, Ahora per-
tenece a Su Majestad Católica, y creo que desde este
momento podéis considerarle completamente hostil al
rey de Francia. M.S,
—¡Demcnio !—murmuró La Garde de Jarzac,
¡El duque de Baviera! ¡El que más oro había reci-
bido! ¡Aquél en el que se cifraban todas las espe-
ranzas, Se pasaba al enemigo!
Bonnivet, que acababa de desahogar su cólera, redo-
blando con los dedos en los cristales, se volvió, con
el semblante ya más sereno.
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