ERAS AE ACOSO ERASE A
La joven sonrió sin responder.
El duque inclinó hacia ella su rostro congestionado,
murmuró:
—;¡Ser amado por vos, divina, sería el paraíso!
En los labios de Margarita se dibujaba la misma
vaga sonrisa; pero un profundo temor oprimía su
corazón. ¡Ay! en aquel momento era cuando iba a
hacerle falta toda la astucia, toda la habilidad nece-
saria para salir airosa de su empresa.
Luis, a la sazón, clavaba en los ojos de Margarita
sus miradas de fuego.
Se arrodilló ante ella, y, estrechando entre las suyas
las manos de la princesa, dijo:
—¡Háblame !...
— ¡Tened piedad de mí, señor !...
—¡Eres una hechicera!
Un brazo del duque rodeó el esbelto talle de la joven.
—¡ Habla, amor mío !—-—continuó Luis—. Te prometo
trabajar por el triunfo de la candidatura de tu her-
mano. Ya ves que no te niego nada de lo que tu linda
boca ha tenido a bien pedirme.. Esta noche, ¿me reci-
birás?...
—¿Me dais vuestra palabra, señor, de votar por mi
hermano?...
—Te lo prometo, a fe de caballero y de cristiano...
Entonces, ¿consientes?...
—¡Síl—exclamó Margarita, azoradísima.
El duque se levantó, lanzando un grito de triunfo,
—¡Por favor, señor!-—-murmuró Ja hermana del
rey-—, No me comprometáis... Puede entrar alguien...
Sorprendernos...
Rindiéndose a esta razón de prudencia, el conde
palatino se alejó.
Envió un beso, con la punta de los dedos, a la prin-
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