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A las diez y un minuto, Paulino cruzaba la muerta.
Aquella noche se daba allí un gran banquete en ho-
nor del arzobispo de Colonia y de los electores que se
habían declarado francamente en favor del rey de Es-
paña.
—La señora estará ocupada hasta media noche—,
explicó Mina—, Me habéis prometido no comprometer-
me... Venid, pues, señor estudiante... ¿porque sois es-
tudiante, según me habéis dicho... y francés?
—Sí, querida.
—Le agradaréis a la señora, estoy segura de ello, y
nadie lamentará que entréis de esta suerte en su cuarto.
—¿Pero si el cardenal viene esta noche?.... ¿Habrá
algún sitio en donde esconderme?
—Ciertamente, y no será ésta la primera vez que
la señora Bazilide emplea este medio,
-—¡Ni yo tampoco !—confesó Paulino, riendo.
En el fondo del parque, en el ala derecha del palacio,
las ventanas del piso bajo aparecían brillantemente
iluminadas, y detrás de las cortinas iban y venían algu-
has Sombras.
Celebrábase alegremente la fiesta.
—Venid—, cuchicheó Mina.
La Garde recorrió, detrás de la doncella, un paseo
que se extendía a lo largo de la tapia del jardín, y
llegó a una puerta-ventana, en la que no se veía lúz.
Mina la abrió con precaución, y entró con Paúliño.
Estaban en el ala izquierda del palacio...
A la derecha resonaban cantos, risas, voces! y ise ora
el ruido de los platos y de los vasos.
El barón y la doncella siguieron un JAFBo" corrédóf
en el primer piso; luego, Mina abri "una' puerta; y
murmuró, tirando de La Garde:
—Os esconderéis en este ropero] “Etando*oigá ls" Pui-
do... Por lo demás, yo trataré de Vetin) a avisaros: con
Un poco de anticipación.
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