LAMAS NS, ZE ASAS A
—¿Y nosotros los perros ?...
protestaron los otros.
—¡Por eso os dejo ladrar !—concluyó Turbot sol-
tando una carcajada y abriendo su inmensa boca como
la de un horno.
—Tú eres la caravana—replicó uno de los hombres
de Lansay—. ¡Tu eres la caravana! ¡Pero un hombre
no constituye la caravtna, amigo! ¡tú eres sencilla-
mente uno de los camellos de la caravana !...
—¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡bien devuelta la pelota l—excla-
maron alegremente veinte -voces.
-—Es verdad—asintió Turbot riendo también—. Ahí
tenéis un oficio que faltaba en mi colección... Sólo que
hay dos pequeñas diferencias: yo no tengo jorobas
como”los camellos, ni tengo tampoco su sobriedad...
¡En prueba de ello voy a vaciar una cantimplora a
vuestra salud!
En tanto que en el grupo de soldados se cambiaban
estas bromas y sé entrechocaban los vasos, dos jinetys
aparecieron en el camino, por la parte de Vérilhes.
—¡Cuidado!—gritó Lansay a sus hombres—. Ya
viene el señor conde. A este paso le tendremos aquí
dentro de cinco minutos.
Los dos jinetes estaban lejos aún; pero se acer-
-caban rápidamente al trote largo.
La escolta de Lansay se formó. La de Mérovic
hizo otro tanto.
—¿Vais a venir con nosotros al castillo ?—preguntó
el caballero al teniente.
—¡No sé qué hacer, a fe mía!... Puesto que voy a
encontrarme con el conde, podría entregarle inmediata-
Mente el mensaje que para él traigo...
Lansay le disuadió.
—El conde de Cháteaubriant es un fiel observador de
las formas. Un consejo: dejadle instalarse en el
Castillo y llevad vuestro mensaje a la hora del
almuerzo.
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