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tores y los burgueses, que acudían en gran número de
los Estados inmediatos, y, en un plano inferior, bullía
esa muchedumbre abigarrada, indispensable, tanto en
las fiestas como en las catástrofes.
Se acercaba la fecha que iba a dar un nuevo em-
perador a Alemania. Entretanto, los partidarios de los
dos candidatos al trono de Maximiliano, celebraban
conferencias todos los días—, y todas las noches—,
en el Braunfels y en el Saalhof.
¡Qué de intrigas, qué de promesas, qué de mentiras
en estas reuniones, en las que abundaban los espías
de uno y otro bando, los emisarios secretos, los conse-
jeros interesados!
¡Cuánta hipocresía disimulada bajo la máscara de
las sonrisas! ¡Cuántas comedias insidiosas! ¡cuántos
dramas también!... ¡porque ciertas personas que inter-
venían de cerca en la lucha, habían desaparecido re-
pentinamente, de la noche a la mañana, sin que las
aguas del Mein pudieran decir jamás cuántos cadáveres
habían arrastrado! y
Lejos de toda aquella agitación, provocada por su
muerte, el anciano emperador descansaba en la iglesia
de los Franciscanos de Inspruck...
El día 17 de junio se reunieron los electores en la
sacristía de la iglesia de San Bartolomé,
¡De esta salita de la antigua catedral iba a surgir
la decisión que daría el imperio de Alemania a Fran-
cia, o a España! Esta decisión se mantendría secreta,
- Como una especie de ensayo, hasta la celebración oficial
de la Dieta, once días después.
Los electores permanecían impenetrables; evitaban
el mirarse unos a otros.
Comenzó la discusión de los títulos. Pero, apenas se
pronunciaron los nombres de Francisco y de Carlos,
dos electores propusieron al duque de Sajonia, quien
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