ALVARO TA
¿No era un acto de felonía, merecedor de castigo,
el soborno, por Bonnivet, de un agente de la Dieta,
Mathias Silber, el secretario de un elector?
Fácilmente consiguió Tormes que la Dieta le auto-
rizase a perseguir a los franceses. Se le dió una res-
petable escolta, al mando de Sickingen, tan interesado
como él en la expedición.
XVI
UN SITIO
Aquella misma noche, a eso de las nueve, Medina
y Sickingen, seguidos de sus soldados, se ponían en
camino para Eschenheim.
Bonnivet y sus tres compañeros habían llegado a
mediodía.
Encontraron al duque y a la duquesa de Alencon
en gran conciliábulo.
El esposo, en efecto, hacía a Margarita mil pregun-
tas, dictadas por sus celos, exasperados desde hacía
tantos días.
En vano le juraba ella que había pasado toda una
semana encerrada, sola, en un cuarto, y sin poder
hablar con nadie más que con la condesa palatina,
Mercedes...
En vano enseñaba a su marido numerosas cuartillas
cubiertas de renglones: los versos y los cuentos que
había escrito durante su cautiverio. El duque seguía
dudando.
La llegada de los cuatro caballeros cortó la conver-
sación, y nuestros amigos pasaron algunas horas lamen.
tando el resultado de la elección, y sobre todo la obsti-
nación de Ladrón de Corazones,
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