GEORGES "SPITZMÚLLER
—Esperamos que la llevaréis vos mismo, señor conde.
De esta suerte se cumplirán. los deseos de Su Majestad.
Juan de Foix y su escudero se habían eclipsado
durante este breve coloquio. Mérovic rogó al conde
que le despidiera del castellano y le manifestara su
sentimiento por tener que marcharse.
Cháteaubriant no insistió.
El servicio del rey se anteponía a todo.
Mérovic cruzó rápidamente la inmensa galería, y
salió al patio. Encargó a uno de sus soldados que se
llevase su caballo, reuniera la escolta y le esperase
con ella en el camino de Verilhes. Luego, precipitada-
mente, corrió a la extraña cita de la condesa.
Obedeciendo sus instrucciones, avanzó a lo largo
del muro.
Pronto, apresurándose, se encontró en el bosquecillo,
Pero acortó el paso.
A sus oídos llegaban voces que sonaban en la direc-
ción que él seguía.
Ya veía el pozo de que le hablara la señora de
Cháteaubriant cuando tuvo que echarse bruscamente
a un lado, ocultándose detrás de un árbol.
Dos hombres que le volvían la espalda hablaban
sentados en el brocal.
Sostenían la conversación en español, idioma que
nuestro amigo hablaba como un hidalgo.
Aunque renegando de impaciencia, prestó atención,
porque cuando se está al servicio del rey es bueno
saberlo todo, enterarse de todo, verlo todo y oirlo
todo,
VIT '
EL MUCHO HABLAR DAf
A
—¿Crecis que no puede sorprendernos nadie, don
Procopio?-—preguntó uno de los dos hombres.
40