pongan el mayor cuidado en su tren, ¡para que
nada ocurra.
Krag comprendió en seguida que lo que que-
ría hacer Bengt era encargar mucho que no se
le atendiese si pretendía hacer parar el tren en
alguna estación intermedia. Pero hizo que to-
maba la observación de Bengt por una broma
graciosa, y se echó a reír. Le estrechó luego la
mano, y le rogó que saludase al doctor y a to-
dos los de la finca.
Al ponerse el tren en movimiento, Krag se
acercó a la ventanilla de su compartimiento y
saludó. con calor a Bengt, quien pronto le vol-
vió la espalda.
Durante todo el tiempo iba Krag en la venta-
nilla y contemplaba el paisaje. La expresión
alegre de su cara había desaparecido. Serio,
fijó su mirada sobre la finca de Kvamberg,
cuya fachada blanca se veía aún perfectamen-
te. A los diez minutos, pasó el tren por una es-
tación. Faltaba un cuarto de hora para llegar a
la otra.
Krag consultó su reloj. No reflexionó ni un
momento sobre lo que tenía que hacer. Cuan-
do hubieron transcurrido cinco minutos y el
tren atravesaba una llanura a gran velocidad,
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