cayó en las manos crueles de dos criminales de
la peor calaña con que yo haya podido trope-
zar durante toda mi vida de detective. Cuando
Bengt se enteró del secreto, escribió a su her-
mano, que se hallaba seguramente entonces en
algún garito de jugadores. Proyectaron los dos
un plan para matar al viejo a disgustos,” para
entrar en posesión de sus bienes. Pero tenían
que darse prisa, porque estaba ya concertada
para muy pronto la boda de Aakerholm con la
señora de Hjelm. Idearon un procedimiento sa-
tánico. El anciano no tenía la menor sospecha
de que los muchachos conocían su secreto. Al
pasearse un día en el parque, se le apareció de
repente, causándole verdadero espanto, su an-
tiguo compañero Charter en persona, a quien
había matado hacía muchos años en California.
Ya recordarás cómo regresó a casa con una pa-
lidez cadavérica, presa de un gran terror y sin
poder decir más que: “¿ls el diablo mismo, O
es un hombre?”
El módico, asintiendo con la cabeza, dijo:
—Me acuerdo; sí me acuerdo. Pero sigue.
—Jim Charter era el más fiel retrato de
su padre—continuó Krag—: la misma fuerza
muscular, la misma barba roja y el mismo
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