—Cuando hubo disparado, se metió corrien-
do en el pabellón.
—¿Y usted?
—Me fuí a escape a casa para pedir auxilio.
El primero con quien tropecé fué con mi hijo.
Salió escapado hacia el pabellón.
—¡Ahb! ¿Pero ya había volado el pájaro?
—preguntó Krag.
—No—contestó Aakerholm—, porque no ha-
116 huella alguna en la nieve, a la salida del pa-
bellón.
—¿Pero en el pabellón no hay ningún asesi-
no, papá?—interrumpió el joven Bengl—. Creo
que te has equivocado.
—No me he equivocado—replicó el señor,
dando media vuelta y dirigiéndose de repente
a la casa, acompañado de su médico—. El de-
tective y el hijo adoptivo iban luego juntos.
—¿Qué opina usted de todo esto?—preguntó
Krag.
—El joven contestaba con evasivas.,
—¡Pobre padre!
—¿Usted cree que todo es figuración ?
—Eso es. ¿No cree usted lo mismo?
26
—¡Ah!—dijo Krag—. Pero falló la puntería.
|