largo del muro con toda precaución, hasta ]le-
gar por debajo de las tres habitaciones. El de-
tective observó que los cuartos que estaban por
debajo de aquéllas estaban convertidos en des-
pensas y se hallaban repletas de cajas y paque-
tes. Los locales por encima de las tres habita-
ciones del señor estaban sin habitar. Se puso
un par de minutos a escuchar, sin conseguir
oír nada. A lo largo de una esquina del ala del
edificio bajaba una cañería de hierro desde el
tejado. Krag trató de trepar por ella, pero no lo
consiguió; siempre se escurría. Volvió a pro-
bar y, por fin, llegó hasta la altura del cerco
superior de la ventana del primer piso.
De repente oyó una exclamación lejana, o
más bien, un grito ahogado. Parecía venir de
gran distancia o de debajo de tierra. Se agarró
bien a la cañería y se puso a escuchar. El grito
se repitió. Se le ocurrió una cosa que le hizo
palpitar con más fuerza el corazón. El grito ve-
nía del cuarto de Aakerholm. Krag siguió apli-
cando el oído, conteniendo la respiración, y
volvió a percibir el mismo grito, aunque ahora
parecía venir de más lejos.
—¡Fuiste tú..., demonio!
Rápidamente se deslizó por la cañería, dejan-
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