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LOS TIRADORES
Krag retrocedió un paso, quedando su espal-
da cubierta por la pared. En esa forma perma-
neció inmóvil en aquella oscuridad absoluta.
Sólo veía por la rendija de la puerta una azula-
da claridad por efecto de la nieve; pero notaba
perfectamente que en su proximidad había un
hombre. Transcurrieron dos minutos sin ocu-
rrir cosa alguna.
De repente el detective oyó una risotada bur-
lona en la proximidad de sus oídos, causándo-
le un natural estremecimiento.
—¿Qué hace usted por aquí a estas horas, doc-
tor?—dijo, en tono zumbón, el hijo adoptivo
del amo de la casa.
En cuanto Krag se enteró quién era el indi-
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