Estaba de espaldas a la chimenea y se calentaba
las manos.
—Aquí se proyecta un horrible crimen—di-
jo—. Dios sabe si podremos aún evitar que se lle-
ve a efecto.
Al oír esto se levantó el médico de su asiento
y clavó sus ojos espantados al detective.
¿Quién es el criminal?
No lo sé aún, pero lo sabré mañana. Por aho-
ra no podemos hacer nada más que tener pa-
ciencia. Deja que se vaya el perro y cúrame estas
manos.
Sonriente, enseñó Krag sus manos ensangren-
tadas al doctor.
Al despertar el médico al día siguiente, a las
nueve de la mañana, volvía ya Krag de dar un
paseo. El detective bromeaba y reía, y estaba de
un humor excelente.
—¡Qué magnífico tiempo hace! ¡Y qué pai-
saje!
El médico saltó rápidamente de la cama.
—¡Qué buen humor tienes hoy! ¿Está todo
arreglado?
—Absolutamente todo. El señor Aakerholm
se ha repuesto algo de los acontecimientos de
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