caución, como si se tratase de algo sumamente
delicado.
¿No ves lo que es?—preguntó él.
Sacó otro trozo de cristal de la caja y lo estu-
vo examinando detenidamente.
—Son los pedazos de la luna que rompió el
señor. al]
—¿Y cómo diantre te los has proporcionado?
-—Una de mis investigaciones de esta maña-
na era la de averiguar si existían aún los restos
del espejo roto. Existían, efectivamente. El mo-
zo de cuadra los había recogido. Así conseguí
que un figurado trapero se los comprase y me
entregase a mí la caja. En estos asuntos soy
maestro, amigo mío. No era posible que yo en-
cargase al mozo de cuadra que me proporcio-
nase esto sin llamar la atención y despertar sos-
pechas.
El detective examinaba minuciosamente los
pedazos de cristal.
*—Sí, seguramente están todos; creo poder re-
constituír toda la luna.
—¡Qué espejo tan extraño!-—murmuraba—.
¡Qué espejo tan extraño!
Cuando en la habitación de abajo se encen-
dieron las luces y se sirvió el café y los ciga-
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