El capitán Evensen había bebido demasiado,
como era su costumbre, y, atraído por la mú-
sica, se acercó al piano, y meciéndose al com-
pás, se puso a beber de la botella, escapándose
ésta de sus manos y cayéndose dentro del ins-
irumento. Saltaron dos cuerdas y los martillos
se empaparon del líquido. Se armó gran alga-
zara con este molivo,
El abogado lanzó otro discurso, hablando de
la patria, de las elecciones, de los intereses del
país. Se cantó el himno nacional. El pianista
empezó a tocar, pero había que oír los sonidos
que lanzaba aquel piano, inundado de cerveza
pegajosa. ¡El coro estaba a la altura del piano!
De repente se abrió la puerta y entró un jo-'
ven suplicando silencio. Estaba pálido y sin
aliento casi de la excitación. Todos se le que-
daron mirando. Krag comprendió en seguida
que la noticia que traía era sensacional, y una
terrible sospecha le hizo estremecerse,
—Señores—dijo el joven al hacerse el silen-
cio—, nuestra localidad y nuestra sociedad han
sufrido una pérdida muy grande. Acabo de te-
ner una conferencia telefónica con Kvamberg.
El señor Aakerholm acaba de fallecer hace po-
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