bitaciones sería una manía suya. ¿Qué iba a
tener que ocultar aquí aquel pobre anciano?
El médico miró a Krag como interrogando.
—¿No convendría que registrásemos más mi-
nuciosamente el cuarto ?—pregunló.
—No es necesario—contestó Krag.
—Eso me parece a mí también — afirmó
Bengt—. Lo más acertado sería apagar las lám-
paras y acostarnos. Estamos todos necesitados
de descanso después de todo lo ocurrido esta
noche terrible.
Sin prestar la menor atención a sus palabras,
Krag se acercó a la pared y tocó y apretó con-
tra ella los lapices que la cubrían, exclamando
al poco rato:
—Ya me lo figuraba yo..., ya me lo figura-
ba yo.
Y como si hubiese oído sólo ahora el deseo
de Bengt de apagar las luces y de ir a acostarse
todos, dijo:
—No; no nos acostaremos. ¡Oh! Les asegú-
ro, señores, que ésta es una habitación muy
misteriosa. ¡Cuánto sabía el anciano!
—Pero ¿en qué consiste el misterio?—pre-
guntaron a un tiempo Bengt y el doctor.
—Ya lo sabrán ustedes después. Por de pron-
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