mos. Del árbol al camino había una distancia
de unos cuatro a cinco metros.
Krag rogó a los demás que permaneciesen en
el camino.
El mismo alumbró el piso desde el camino al
árbol, y descubrió claras huellas en la nieve,
que demostraban que hacía poco tiempo debió
estar allí echado el cuerpo de un hombre.
Krag leía en las huellas como se lee en un
libro, y dijo:
— Estaba con la cara metida en la nieve.
—Exacto—declaró el cocinero.
—La mano derecha, con el revólver, la tenía
debajo, por haber caído su cuerpo encima. La
mano izquierda la tenía echada sobre la cabe-
za. Veo impresos en la nieve los cinco dedos.
so es.
—Aquí hay una mancha de sangre también,
pero no puede haber perdido mucha, pues debe
haber muerto instantáneamente. ¿A qué hora
encontró usted el cadáver?
Serían las once y diez proximamente.
—Enfontces en la mayor claridad de la luna...
De repente se estremeció Krag. Había encon-
trado una nueva huella en la nieve.
84