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mos y cazamos así al cómplice. ¿En dónde han
dejado ustedes las bicicletas ?
—HEn el pasillo de la casa...
—Entonces, adelante, que ella va a salir. En
fila: primero, yo; luego, usted, y después, Muschall.
Pasando junto al atónito joyero sin decir pala-
bra, Lutz abandonó el establecimiento y montó en
la bicicleta. La mujer marchaba delante de él, a
unos cincuenta pasos de distancia... Ella tomó
la dirección hacia la plaza de la Opera, y ya en
ésta, montó en el último momento en un tranvía
que partía en aquel instante por la línea cuatro, y
que iba por la Neue Mainzer Strasse... Lutz se
alegró de tener la bicicleta, con lo que se le hacía
mucho más fácil la persecución. En la parada de
la Kaiserstrasse, en su cruce con la Neue Mainzer
Strasse, la mujer se bajó del tranvía y continuó
por la muy frecuentada Kaiserstrasse hacia la es-
tación Central (Hauptbahnhof). Se paró un ins-
tante ante una casa de la acera izquierda y luego
alravesó ligera el amplio portal de la casa.
Unos segundos después llegaba también Lutz
a aquella casa, y echó una mirada al portal; al
momento, haciendo una señal a Fischer, que le se-
guía a pocos pasos, dió una vuelta rápida, volvió
al portal aquel y pasó para doblar por la paralela
Kronprinzenstrasse.
Le había bastado una mirada al portal aquel
para informarse de que la casa tenía un pasadizo
entre la Kaiserstrasse y la Kronprinzenstrasse, pa-
ralela a aquélla, y que la mujer parecía utilizar
por precaución, para librarse con tal ardid de
eventuales perseguidores,
Lutz no se había equivocado en sus sospechas.
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