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baronesa von Rúhling... Estos caballeros han ve-
nido de Francforte para encargarse del esclareci-
miento de los robos misteriosos de nuestro hotel.
—Entonces llego, en efecto, a tiempo—manifes-
tó la baronesa con una sonrisa algo lastimosa—.
Venía a notificar a usted, precisamente, que me
acaban de robar por segunda vez de la manera
más atrevida...
Si la situación no hubiera sido tan seria de suyo,
habría soltado yo la carcajada al ver la cara de
espanto y consternación que puso Lohmann, quien
respondió desesperanzado:
—¡Pero si esto casi resulta incomprensible, se-
fora; cinco robos dentro de mi hotel en seis días;
jamás me ha ocurrido cosa semejante!... ¡Aquí
tiene usted, señor Pauly!...—exclamó, encarándo-
se, casi enfadado, con un señor bajo y grueso, que
frisaría en los cuarenta, y que, entre tanto, había
entrado en el despacho sin decir palabra—. ¡La
han vuelto a robar a la señora baronesa!... ¿Y
el ladrón?...
El detective se encogió en silencio de hombros,
dirigiéndonos una mirada entre desconfiada y cu-
riosa.
Lutz se levantó, y le dijo a la baronesa von
Rúhling:
—Señora: si bien, humanamente hablando, me
causa hondo sentimiento el robo cometido contra
usted, por otro lado, como criminalista al servi-
cio de la sociedad, me alegro, pues ese robo me
proporciona la oportunidad de inspeccionar el
lugar de la acción inmediatamente después de
cometerse el hecho. ¿Tiene alguien más que nos-
otros conocimiento de este segundo robo?
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