y corriendo. Y es que no hay cosa que me desagra-
de más que llegar tarde a la mesa y ser el blanco
de las miradas de todos los comensales. Por lo
mismo, me avié en un abrir y cerrar de ojos, y
en el apresuramiento dejé sin ponerme el brazale-
te... Estando aún comiendo la sopa, lo eché de
menos, mas no me preocupé de él, por cuanto lo
había dejado en el cuarto cerrado con llave. Cuan-
do volví a mi habitación, en cuanto terminé la
comida, advertí que me había desaparecido el
brazalete. pe
—¿Recuerda usted bien de haber cerrado la
puerta con llave?
—De eso estoy bien segura. Lo mismo yo que
mi señorita de compañía cerramos siempre los
cuartos con llave; de modo que es imposible que
el ladrón haya entrado tampoco por la habitación
de la señorita Herroux.
—¿ Y la ventana? ¿Estaría naturalmente abierta?
—Es lo más probable. Ya no recuerdo bien;
pero ahora, en el mes de junio, apenas se cierran
las ventanas. Yo, al menos, necesito aire puro, so-
bre todo en mi dormitorio.
—Bien, basta—dijo Lutz, dando la mano a la
señora Rihling—. Le doy las más rendidas gra-
cias, En lo que de mí dependa, tenga usted por
seguro que se hará cuanto se pueda para recu-
perar sus alhajas.
En esto abandonaron todos la habitación.
En el pasillo, preguntó Lohmann:
—Qué, señor doctor, ¿tiene usted ya algún in-
dicio?
—SÍ; varios, Este que usted ve aquí, por ejem-
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