did, buen amigo mío, con quien trabajé hace años
en Milán. Hablando hoy de esto y aquello, salió
también a relucir lo de los misteriosos robos en
nuestro hotel, y también le dije que desde la lle-
gada de ustedes aquí han cesado los robos.
—Entonces—manifestó el señor Repp, director
del hotel Splendid—haga el favor de informar al
doctor Lutz que hoy, durante la comida del me-
diodía, le han robado a un huésped de mi hotel
el reloj del cuarto cerrado con llave que él ocu-
pa. La ejecución del robo hace suponer que, dadas
las circunstancias, ha sido el mismo autor que el
de los robos de su hotel. Comuníqueselo al doctor
Lutz, pues creo le habrá de interesar.
Lutz saltó de su asiento.
—Tiene razón: me interesa, y mucho... Voy al
momento al hotel Splendid.
—¿Voy yo con usted?—le preguntó.
—SÍ; pero antes tenemos que transformar algo
nuestras caras, puesto que no tardaremos en en-
contrarnos al ladrón, y es posible que nos conozca,
La completa suspensión de los robos en este ho-
tel desde que nosotros hemos llegado ya de suyo
infunde sospechas... Es una suerte el que el señor
Repp no haya denunciado el hecho a la Policía,
pues la intervención de ésta me echaría todo a
perder.
—kEsté usted tranquilo sobre ese particular.
Como me supuse que usted había de pasar en se-
guida al hotel Splendid, le pedí al señor Repp
que no hiciese gestión alguna hasta que usted
lo viera.
—Bien; pues entonces, manos a la obra. Sólo
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