diia
Sin perder el tiempo preguntando, púsose Lutz
a rebuscar en el cuarto,
Palpó y golpeó las paredes y el suelo; con la
lupa examinó el repecho de la ventana, las inme-
diaciones de la puerta y ésta misma, de la manera
más escrupulosa, sin que en su semblante se reve-
lase impresión alguna.
Al inspeccionar la parte alta del armario ropero,
noté que sus ojos brillaron por un instante. A
continuación arrancó una hojita de su libro de
notas y envolvió en ella cuidadosamente una cosa
que había encontrado encima del armario. No pu-
de distinguir lo que era.
El señor Schirmer observaba con especial aten-
ción los movimientos todos de Carlos Egon. En
esto dijo:
—Usted ha encontrado ahí una cosa. ¿Se pue-
de preguntar lo que es?
—No es ninguna cosa apetitosa — respondió
Lutz sonriendo, y añadió volviéndose hacia el di-
rector Repp:—De todos modos, puedo ya asegu-
rarles que sé quién es el enigmático ladrón y que
hoy mismo le echaré mano.
—¿Y mi reloj?—interrogó el señor Schirmer.
—Es probable que también se encuentre. Señor
director, tenga la bondad de presentarme la lista
de los huéspedes entrados ayer y hoy.
—Con mucho gusto. Hagan el favor de venir
conmigo abajo otra vez.
Tras breve estudio de las listas presentadas, se
vió que Lutz había encontrado lo que buscaba, y
me dijo satisfecho, encendiéndose un cigarrillo:
—Ahora, Pablo, volvamos al hotel Kaiserin Eli-
sabeth y demos un pequeño paseo,
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