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—¿Así, pues, aproximadamente lo que hace que
su chauffeur está a su servicio?
—HEso es. Dikomeit entraría en mi casa una se-
mana antes que él...
—¡Sí, eh!... ¿Tiene el dentista mucha clientela ?
—No. Es austriaco o bohemio, y hace poco que
ha llegado a Francforte; de modo que, como es na-
tural, todavía no ha podido reunirse un gran
circulo de pacientes...
—Entonces, ¿tiene que disponer, sin duda, de
un gran capital para pagar un alquiler de casa tan
elevado?
Voss se encogió de hombros.
—No conozco, naturalmente, su capacidad fi-
nanciera; pero, si he de creer a lo que mi esposa
pretende saber, debe tener una mujer muy rica.
—¿Qué edad tendrá el dentista?
—Unos cuarenta años.
Y como Lutz no hiciera más preguntas, añadió
el cónsul:
—¿Pbr qué muestra usted tanto interés por ese
señor? ¿Es que sospecha que él haya podido te-
ner relación con el asunto nuestro? Porque a mí
me parece eso casi imposible.
Lutz no respondió. Gon los brazos cruzados so-
bre el pecho permaneció unos momentos, pensa»
tivo; luego preguntó de súbito:
—Señor cónsul, ¿existe la posibilidad de salir
de este edificio sin ser visto?
Voss movió la cabeza dudoso.
—No sé cómo—dijo—. La casa no tiene más
que una salida.
—¿Adónde da la parte posterior de la casa ?—
interrogó Lutz.
—A la Georgenstrasse.
4-—RAPTORES DE JOYAS