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A
—¡Ponga cuidado!... ¿Quiere usted dejarnos en
paz, señorita? ¡Puede usted recogerse aquí el bai-
le de San Vito para toda su vida si acerca dema-
siado la mano al cable!...
—¡No, por Dios!—balbució la joven, y retroce-
dió asustada.
Pero el obrero joven procuró calmarla, dición-
dola :
—Mi compañero exagera un poco; sin embar-
go, es lo más prudente que no toque usted ahí...
Por poco se recoge una descarga eléctrica, que
acaso la podría impedir encontrarse mañana con
el novio...
La muchacha se quedó con las últimas palabras,
interrumpiéndole :
¿Novio?... Ya no me preocupa semejante
COSA...
—Eso sí que no puede jurarlo, señorita— repli-
có, intrigado, el joven, intentando en vano hablar
el alemán cullo—. ¡Una joven tan bonita... y sin
novio!... ¡Que no lo creo, vaya!
—No hay hombre que valga la pena...— opinó
coquetuela y filosóficamente la moza, estirándo-
se con ambas manos el delantal—. Ninguno mere-
'ce que se le mire a la cara.
—;¡ Vaya, vaya, señorita, que también los hay
decentes! Yo, por ejemplo, señorita, que nunca
anduve en cata de faldas, y que estoy sólo por lo
“que más vale. No me gusta andar hoy con una
y mañana con otra. Y lo que busco no lo he to-
pado aún.
—¡Quile allá! ¡En Francforte y no encontrar
mujer de gusto...!
—Palabra de honor, señorita—afirmó el insta-
lador llevándose la mano al corazón para mejor
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5-—RAPTORES DE JOYAS