sr lo
a
EL CORAZÓN SECUESTRADO
puede uno dominarse. Es una verda-
dera enfermedad... ¿Cómo encuen-
tras el fiambre? ¡Ea, échame cham-
pagne!... ¡Abrázame!... ¿En qué
piensas? ¿Vas a ser tú ahora el que
piense en Patrick?... ¡Qué efecto
más raro me ha hecho pronunciar su
nombre!
Volvió a extremecerse de nuevo.
—Te aseguro, Héctor, que debe
haber alguna corriente de aire.
-¡No, vida mía, todas las puer-
tas están cerradas!
—¡Una corriente de aire he-
lado!...
Le castañeteaban los dientes.
Me puse en pie, presa de una indes-
107