GASTÓN LEROUX
como si ya tuviese miedo de que
me robasen aquel querido tesoro de
belleza. Sorprendida, lanzó un lige-
ro gmuo, y volvió hacia mí unos ojos
extraños que no conocía y que me
miraban como si no me reconocie-
sen.
— ¡Cordelia! —suspiré,—soy tu
esposo... te adoro...
Puese mis labios en los suyos,
pero, ¡oh terror!, encontré una boca
de mármol, y apenas le hube dado
el beso cuando tuve en mis
brazos una verdadera estatua. No
tenía contra mi corazón más que que
un ser inanimado... o desprovisto de
vida... pero cuya vida se había mar-
132
riciid
A
id E.