riciid
EL CORAZÓN SECUESTRADO
chado a otra parte. Cordelia dormía
un horrible sueño cataléptico, apo-
yada en mi pecho. La llamé con los
nombres más cariñosos... le supliqué
que contestase a mi voz... ¡No me
oía! Qué me devolviese mis besos.
¡No los sentía!... ¡Cordelia!...
¡Querida, queridísima Cordelia!...
decía sollozando,—p¿dónde estás?...
¿dónde estás?...
—-Y por fin, habiéndola colocado
sobre la cama, en su fúnebre rigi-
dez... me puse a gritar y a pedir so-
corro como un loco...