GASTÓN LEROUX
peligro alguno, lloraba mi desgracia
antes que la de mi adorada esposa.
La víctima era yo... He ahí lo que
son los hombres, cuando ven frus-
trados sus planes, o cuando se les es-
capa el objeto de sus deseos: se con-
vierten en brutos. Tengo vergienza
de mí mismo, cuando me veo insul-
tando al cierlo, en la alcoba en
donde Cordelia y yo nos encontra-
bámos, «¡al fin solos!» Debo decir,
sin embargo, en honor mío, que poco
a poco aquel ciego resentimiento
que me sublevaba contra la natura-
leza entera cedió al punto a una
gran piedad y a una pena hacia la
que no se despertaba.
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