—AAS
EL CORAZÓN SECUESTRADO
como todo el mundo, se había ex-
trañado... Lo alzó del suelo, y sopló
encima, sopló con fuerza a los ojos
del retrato...
Después de dejar el cuadro se
dirigió de puntillas hacia la alcoba,
cuya puerta había quedado entre-
abierta, mientras me detenía con una
seña. Miró hacia dentro; de pronto
volvió hacia mí su rostro victorioso.
Se acercó, siempre de puntillas.
—Se está despertando, —me dijo
en voz baja.—No le hable de na-
da... finja creer en un sueño nor-
mal... Yo no tengo nada que hacer
aquí durante unas horas... Voy a
descansar; no se ocupe usted de
157