GASTÓN LEROUX
comprendo perfectamente, y es que
mi esposa está atacada de una terri-
ble enfermedad...
—¡Amigo mío, no se desespere
de ese modo!—exclamó el doctor
con voz firme.—Una enfermedad
del pensamiento, puede ser curada
por el pensamiento. Tenga confian-
za en mí, y acompáñeme junto a su
esposa...
Cordelia acababa de levantarse.
La encontré envuelta en un kimono;
los cabellos en desorden, los ojos
como abotargados por el sueño, de-
lante de un espejo, sacando la len-
gua. En cuanto me vió, se arrojó en
mis brazos, gritando con voz risuena :
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