Esta última frase fué pronunciada
con una voz grave y profunda que
yo no conocía aún; y no pude me-
nos de estremecerme al mirar a Cor-
delia.
Después de decir aquello, alzó
hacia mí unos ojos cuya expresión
me pareció tan nueva como la de su
voz. Leí en ellos, sin temor de equi-
vocarme, una ternura y un agradeci-
miento llenos de emoción que me
trastornaron sin que supiese exacta-
mente la razón de ello; por lo me-
nos, de momento, no podía analizar
lo que pasaba en mí, aunque era
seguro que me encontraba bastante
preocupado, pues en efecto, aque-
1709
EL CORAZÓN SECUESTRADO