St
A id
EL CORAZÓN “SECUESTRADO
La cogí, pero en seguida me sor-
prendió no oirla reir. Bajé mis ojos
sobre su rostro. Ya no presentaba su
aspecto de jovencita; me miraba
con una emoción grave, pero llena
de amor; estoy seguro de ello. Sentí
su joven pecho latir sobre mi cora-
zón. La apreté entre mis brazos,
prodigándole los nombres más cari-
ñOSOS. :
—¡Oh, Héctor mío! —suspiraba.
—+¿Has visto el parque? ¡Mira qué
hermoso está! ¡qué hermoso!...
Y sus ojos ya no me miraban. Se
había vuelto hacia el parque, que a
través de los cristales aparecía fan-
tástico a la luz de la luna. La noche
197
A A