y
a OR
EL CORAZÓN SECUESTRADO
y volvió a apoyar la frente sobre los
cnstales.
Se me preguntará: «¿Por qué no
la obligaste a apartarse de la ven-
tana y del espectáculo peligroso del
parque a la luz de la luna?» A lo
cual contestaré diciéndo: «Que
dejen de leerme los que no compren-
dan que a veces tiene más fuerza el
dedo meñique de una chiquilla que
la pata de un elefante.»
¡He ahí mi contestación!
Los sabios, o los que se llaman
tales, no han dado quizá nombre
todavía a esta verdad «psíquica»,
pero si se tomasen el trabajo de exa-
minarla, de medir su fuerza po;
199