GASTÓN LEROUX
atb y de adornarla con algún
nombre griego o latino, tal vez se
asombrarían menos de ver el aura
de una joven, a punto de casarse,
obedecer a la sugestión de un
pseudo-mago, que de comprobar
que una masa de carne y hueso de
ochenta kilos (en aquella época yo
pesaba exactamente 79 kilos 400
gramos) no pesa siquiera lo que un
suspiro de un recién nacido en el
hueco de la manecita de la joven en
cuestión. ¡Sí! ¡sí! Ahí está, en toda
su brillantez, el fenómeno de la le-
vitación. ¡Ah! Después de lo que
he visto comprendo que nada pesa
tanto como el espíritu.
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