EL
CORAZÓN SECUESTRADO
3 las cosas terrenas: «¡Sálvame, Héc-
tor mío, sálvame! »
3 Sí; ella lanzó ese grito; lanzó
hacia mí aquel grito supremo que
demuestra que era mía, mía sola-
mente. Os aseguro que no ha sido
más que mía... El ladrón, diga lo
que quiera, no es más que un ladrón.
| Por muy orgulloso que se haya pre-
sentado ante el Tribunal, todo el
mundo ha comprendido la verdad,
cuando decía que su corazón era de
él. ¡Lo había secuestrado! ¡Qué in-
famia!
Al llamamiento desgarrador de
Cordelia: «¡Sálvame, Héctor mío,
sálvame!», contesté con un impulso
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