GASTÓN LEROUX
su cuerpo inmóvil, y ya no dudé,
después de lo que había oído
de labios de Cordelia, de que
el espíritu que poco antes animaba
a mi esposa entonces inerte, no hu-
biese partido hacia otro sitio. ¿Ha-
cia dónde? ¿Acaso era difícil adi-
vinarlo? ¿En el momento mismo en
que se me había escapado no se dir)-
gía ya a todo vuelo hacia aquella
alcoba nupcial que yo no conocía, y
hacia la cual una fuerza indepen-
diente de su voluntad y de la mía
parecía atraerle con una potencia
que inútilmente había tratado de
romper con un beso?
Y más aún, ¿no parecía que ha-
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