GASTÓN LEROUX
silencio de la noche pálida, nada
más que aquel murmullo humano
que parecía flotar en el aire, no le-
jos de mí, y que se acercaba, se acer-
caba... Ya no pensaba en el banco;
le había abandonado. La voz, muy
dulce, se hacía más y más clara, tán
clara que creí percibir algunas síla-
bas; sílabas que me hicieron extre-
mecer de pies a cabeza, y me echa-
ron dentro de la espesura, para ocul-
tarme en ella.
¡Pronto! ¡pronto! porque la voz
se acercaba más y más... En aquel
momento parecía llevada por el
agua; instintivamente me volví hacia
el río. Una palabra, una terrible pa-
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