GASTÓN LEROUX
— ¡No! ¡no! yo no creo tal cosa,
pero creo que es necesario, para
arriesgarse al beso a que usted se re-
fiere, que los recuerdos de su esposa
se hayan apartado suficientemente
de las sugestiones del otro, en el
tiempo y en el espacio. Viaje, y ten-
ga pariencia hasta el momento en
que se sienta usted bastante dueño
de su cero para que no tenga nada
que temer de su «polígono».
Me cogí la cabeza entre las ma-
nos. Era la segunda vez que aquel
término de geometría aparecía en la
conversación del doctor Thurel.
¿Qué era aquel «polígono» y aquel
«cero», de los cuales debía ser due-
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