EL CORAZÓN SECUESTRADO
dido antes y de lo que pasaría des-
pués! ¿No es ésta la verdadera con-
dición de la dicha? Es preciso no
pensar demasiado... ¡No, no hay
que pensar! ¡Mirad lo felices que
éramos los dos desde que pensába-
mos lo menos posible! Por lo demás,
estábamos siempre juntos, el uno en-
frente del otro, y no teníamos nece-
sidad de preguntarnos: «¿En -qué
piensas?» Durante esas ausencias de
un espíritu preocupado es cuando el
«polígono» hace diabluras. El
mejor método para que el pensa-
miento no se extravíe es no pensar.
Creedme a mí.
Pero, para ello, es preciso estar
275