EL CORAZÓN SECUESTRADO
pronto más que balbucear una men-
tira:
—Júrame—dijo—que no os bati-
réls.
Me ví obligado a jurarlo, pero
añadió:
— ¡Estás jurando en falso! ¡Ha-
ces mal! Pero no importa. No
quiero que os batáis (hubiera prefe-
rido que hubiese dicho: No quiero
que te batas). ¡Y no os batirérs!...
¡ Te acompañaré a todas partes!
Y lo cumplió tan perfectamente
que me fué imposible salir del hotel,
y como yo quería en absoluto des-
hacerme para siempre del inglés, me
ví obligado a enviarle a Surdon
335