GASTON LEROUX
suelto a ello, y no sentía remordi-
miento alguno. Sabía de sobra que
no sería posible felicidad alguna
entre Cordelia y yo mientras viviese
Patrick: ¡que se fuese, pues, al
diablo!...
Yo conservaba toda mi sangre
fría cuando sonó la orden de
fuego... uno... dos... tres... Patrick
y yo disparamos casi al mismo
tiempo que el director del combate
decía: ¡dos! Pero Patrick disparó
al aire, lanzando un grito de deses-
peración. Yo había disparado
apuntando a la altura del corazón,
y sin embargo, repito ahora que no
tuve la sensación de que Patrick lan-
344 .