EL CORAZÓN SECUESTRADO
curiosidad del mundo sin satisfa-
cerla, ni una sola vez el ladrón tuvo
una mirada para la mesa de las pie-
zas de convicción, en donde había
sido preciso depositar aquella sa-
grada reliquia que salía de las ma-
nos profanas de los «peritos». Mien-
tras que yo, ¡ay de mí!, no podía
apartar los ojos, anegados en lágri-
mas...
¡Oh, corazón de Cordelia! ¡yo
solo te quería!... El otro no ha sido
más que un artista... Pero yo, ¡Cor-
delia mía! no he sido más que un
pobre enamorado... y no soy, aun,
más que un pobre enamorado de tu
corazón muerto, como lo fuí de tu
12 El corazór 353