EL CORAZÓN SECUESTRADO
macho. Cordelia dió amablemente
la vuelta a las mesas sin demostrar
repugnancia ante tanta comida, lo
cual me gustó en extremo; yo la
seguía como un falderillo. Y todos
decían, al pasar: «¡No son nada or-
gullosos! ¡Dios les haga felices!»
ye