EL CORAZÓN SECUESTRADO
»Me puse a observar a Cordelia,
y me quedé asombrado al ver sus
facciones cambiadas, tan seria como
antes alegre, con una mirada singu-
lar que no se fijaba en nada, que
parecía estar viendo cosas ausentes.
¡Me reproché amargamente mi im-
prudencia y descuido! Sin embargo,
no dije nada, para poder observar
mejor. Y tuve que darme cuenta en
seguida de que Cordelia ya no vivía
más que a través del pensamiento de
ese Patrick...»
— ¡Dios mío! exclamé, suspiran-
do.—He ahí lo que yo temía...
—No suspires de ese modo,—
prosiguió mi tío,—no suspires así,
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