EL CRIMEN DE BUIF
De suerte que el pobre Lafrita, que no tenía un
sueldo fijo, que carecía de rentas y que vivía del
precio de lo que escribía a seis céntimos línea, se
encontraba amenazado de morir de hambre por
poco que el señor Bidasse acentuara su desprecio.
Lafrita había ido, pues, a Auteuil porque no te-
nía nada que hacer, y cometió la imprudencia de
llevar consigo su último billete de cincuenta
francos.
El repórter se había dicho:
—No hay cuidado que juegue; sería una torpeza
perder el dinero en las carreras cuando no estoy
seguro de poder pagar el alquiler de mi cuarto
dentro de quince días.
Pero todos sabemos lo que valen estos buenos
propósitos. Cuanto menos dinero se tiene, más se
necesita; cuanto más se necesita, más deseos se
tiene de ganar una buena carrera, la buena carrera
que nos sacará de la miseria como por encanto.
Y cuanto más ganas se tiene de ganar una Ca-
rrera, más persuadidos estamos de que la gana-
remos,
En tal caso, basta que un caballo se cotice a 30
contra 1, para que veamos el premio en nuestro
bolsillo,
* Porque uno se dice:
—Toda mi vida lamentaría no haber aprovecha»
do una ocasión como ésta.
Y, a pesar de sí mismo, se dirige uno a las ta»
quillas,