152 G., DE LA FOUCHARDIERE
Esto es lo que hizo Lafrita, aunque resistió cuan-
to pudo, hasta que sonó la campana para el co-
mienzo de la primera carrera.
En aquel momento pensó que muy bien podía
cambiar el billete de cincuenta francos por piezas
de oro, pues esto no le comprometía a nada.
Se dirigió a la taquilla de cambio, donde le die-
ron dos luises y dos piezas de cinco francos. En
aquella época todavía no había desaparecido el
oro de la circulación.
Entonces se paseó con aire indiferente por de-
lante de las taquillas de apuestas.
—Sí que es extraño —observó—, nadie apuesta
al 7...; montado por Parfrenient, tiene, sin embargo,
grandes probabilidades... ¡Qué tontos son los ju-
gadoresl Si yo fuera rico le jugaría sin vacilar...
Pero dada mi situación, no puedo apostar un cén-
timo... Sería tonto exponerme a perder... etcétera,
etcétera.
Veinte segundos después Lafrita tenía en su bol-
sillo una pieza de cinco francos de menos... y en
su lugar un precioso ticket que dentro de unos mi-
nutos valdría por lo menos cincuenta francos.
Tres minutos más tarde el caballo sobre el cual
había apostado Latrita caía por tierra al llegar al
primer obstáculo. ,
—Ahora voy a ser razonable—se dijo el repór-
ter—. La segunda carrera voy a jugar al favorito
colocado; no es posible que se quede atrás; si no
llega el primero, llegará el segundo en el peor de